Una experiencia
para nada humana

«¿Duele?», le pregunté.

«Eso depende de lo que puedas soportar», respondió.

Colocó los electrodos, subió la potencia, y un hormigueo comenzó a recorrer mi brazo.

«Ahí», le dije.

La sensación era como cuando te toman la presión con un tensiómetro: esa opresión incómoda y el hormigueo fastidioso que te hace desear que giren la perilla y liberen el aire.

Solo que, en este caso, ese momento no llegaba.

Al principio era soportable. Luego empezó a doler.

Fueron alrededor de 15 minutos, pero se sintió como horas.

Era electroterapia, pero yo solo pensaba en la silla eléctrica, antes, durante y después. Porque a los condenados no les preguntan:

«¿Hasta dónde puedes soportar?»

No. De una les lanzan una descarga brutal, como si viniera del Mjolnir.

En 1890 Thomas Edison convenció al estado de Nueva York de que la corriente alterna era perfecta para ejecutar a los condenados. Claro, esto era para desprestigiar a su rival, Westinghouse, el promotor de esta corriente.

Así nació la silla eléctrica, una silla horrible de madera con electrodos metálicos en la espalda y la cabeza, y correas en las extremidades. Esta era una ejecución más “humana” en comparación con la horca o el fusilamiento.

El primer ejecutado fue William Kemmler. Estando ebrio acusó a su esposa de robarle y engañarle, la mató con un hacha. Ya en la silla, sus últimas palabras fueron: «Tómenlo con calma y háganlo bien, no tengo prisa».

Recibió una descarga de 1,000 voltios. Y tras 17 segundos, comprobaron su estado: seguía vivo.

Para desgracia de Kemmler, no lo habían hecho bien.

Aumentaron la potencia, doble carga, 2,000 vatios esta vez. La escena fue tan horripilante que muchos de los presentes salieron corriendo. Todo duró 8 minutos, pero se sintió como más.

El problema: los electrodos. Deberían haber estado en los pies, no en la espalda.

George Westinghouse, rival de Edison, dijo tras el desastre: «Hubiera sido mejor con un hacha.»

La silla eléctrica como castigo es una experiencia para nada humana.

Y a veces, aprender también se siente así: como un castigo. Algo que hacemos por obligación, porque nos mandan, porque no nos queda otra.

Eso porque nuestros instructores hacen de su enseñanza experiencias que terminan siendo desmotivantes, complejas y aburridas.

Pero el aprendizaje no tiene por qué ser así.

Y no se trata de poner electrodos en el lugar correcto y ya, de dar información y ya.

Una buena experiencia de aprendizaje se crea primero conociendo a la audiencia. Luego adaptando el mensaje para hacerlo sencillo, comprensible, y memorable. Porque cuando la información es excesiva, y aparte compleja, es como darles una doble descarga. Horripilante.

Algo que estoy probando ahora con un infoproducto en el que esto trabajando es reducir la información, hacerla digerible y divertida. Estoy viendo el aprendizaje como un proceso, y no como un evento.

Quiero que la audiencia en cuestión, no se sienta intimidada, sino que avancen con confianza, y claridad. Y eso, my friend, transforma vidas.

Adriana Alterna 🙂