Cuando cedes el control
En 1974, Marina Abramóvic presentó un acto de arte performativo en Nápoles.
(El arte performativo sucede en el momento. El artista usa su cuerpo, el tiempo y la interacción con el público).
La exposición consistía en estar frente al público y dejar que ellos hicieran lo que quisieran con ella.
Había 72 objetos en una mesa, agrupados entre inofensivos y ofensivos.
Entre los inofensivos: una rosa, una pluma, pan, miel, perfume, una copa de vino, un espejo, una bufanda, un peine, tijeras, crema corporal y agua.
En contraste, entre los objetos peligrosos se incluían un cuchillo, una cadena, un látigo, agujas, clavos, tijeras, una pistola real y una bala.
No había límites. El público podía usar los objetos como quisiera sobre su cuerpo. Ella no se movería.
La idea era poner a prueba la ética, el poder del público y la fragilidad del cuerpo como lienzo del deseo ajeno.
El acto comenzó a las 8 de la noche y terminó a las 2 de la mañana.
Según un crítico que presenció la performance, la reacción del público fue escalando con el tiempo.
Al principio, los gestos fueron suaves, incluso íntimos. Pero, a medida que avanzaban las horas, comenzaron a agredirla: le cortaron la ropa, la lastimaron con cuchillas, le chuparon la sangre y sufrió agresiones sexuales menores.
Ella, fiel a la obra, se quedó quieta.
Surgieron entonces dos grupos: quienes buscaban dañarla y quienes intentaban protegerla.
El punto de quiebre llegó cuando alguien le apuntó con el arma cargada, y el público se enfrentó entre sí.
Terminó el momento, se levantó y caminó hacia el público.
Muchos corrieron. Pensaban que se vengaría, o qué sé yo.
Pero así estaba planeado.
Luego expresó:
“Lo que aprendí fue que, si dejas que el público decida, pueden matarte. Me sentí realmente violada: me cortaron la ropa, me clavaron espinas de
rosa en el estómago, una persona me apuntó a la cabeza con el arma y
otra me la quitó. Se creó un ambiente agresivo.”
Eso es arte, o así le dicen.
Reflejó lo que pasa cuando le cedes a los demás el control de todo.
Pero me recuerda a algo más.
A lo que pasa cuando entregas el timón de tu barco a los demás.
Cuando confundes “escuchar al cliente” con “cederles el control”.
Muchas veces ni siquiera es al cliente, sino a los demás, a los opinadores de profesión.
Ahí es donde renuncias a tu esencia para complacer, y, como consecuencia, te vuelves vulnerable.
Evitar que los demás dirijan tu negocio no es hacer de Shakira (ciega, sorda y muda).
Es tener claro desde dónde construyes: Tu porqué.
De ahí nace la dirección de tu marca, no de lo que otros esperan. Incluso si eso implica decepcionar, contrariar o no adaptarte a cada sugerencia externa.
Las marcas que se sostienen en el tiempo no son las más complacientes,
sino las que se mantienen fieles a sí mismas.
En esos casos, la diferenciación es una consecuencia.
Adriana Artista 🙂